Relato | El Relicario



El agua no era muy profunda, Sam podía ver sus pies más blancos por el efecto del agua. Se sentó en una piedra en la orilla del río y trató de divisar algún pez, pero un destello dorado atrajo su atención. Se levantó con cuidado y se dirigió hacia él, apenas lo vio supo lo que era, un relicario, parecía de oro y muy antiguo. Sam lo sacó del agua y lo secó, esperaba que su contenido no estuviera mojado también. Lo abrió y sintió una punzada de decepción, no sabía lo que se esperaba, pero tal vez algo más emocionante. En su contenido estaba la foto de una mujer muy hermosa. Ese día llevaba unos pantalones cortos sin bolsillos, así que se guindó el relicario en el cuello. Ese día Sam no consiguió ningún pez.





Sam llegó a su casa apesadumbrado, imaginando conversaciones con su esposa y eligiendo la mejor manera de contarle que fracasó en la búsqueda de la cena, era una buena mujer, seguro lo entendería, pero a Sam no le gustaba decepcionar a Rocío.


—Por fin llegas —le espetó su mujer apenas puso un pie en el umbral, a Sam esto le sorprendió, no era tarde aún y ella no acostumbraba a tratarlo de esa manera.


—Disculpa, cariño, estuve tratando de pescar algo pero no vi ningún pez —dijo Sam sin saber si molestarse con su esposa por su actitud tan hostil o intentar calmarla, optó por lo segundo, le puso una mano en el hombro.


—¡Suéltame! No quiero que me vuelvas a tocar —le dijo Rocío mientras se iba hecha una furia a la habitación de ambos.


Tres días después Rocío lo abandonó, pensó que tendría un amante y quiso justificar su partida. Sam no quería pensar en el miedo que se extendía por toda su mente, trataba de acallarlo, pero cada vez era más difícil, la relación con su esposa no fue la única en romperse, sus amigos no respondieron más a sus llamadas y perdió su trabajo.


Una mañana a Sam se le ocurrió una idea que acabaría con dos problemas a la vez, su despido y su incapacidad de encontrar un nuevo trabajo lo estaban dejando sin sus ahorros, pronto no tendría ni para comer. Vendería el relicario, sabía que era una tontería, pero no dejaba de culparlo por sus desgracias, después de todo, al momento en el que se lo puso todo empezó a andar mal.


—¿Estás seguro de que lo quieres vender? Parece muy antiguo y valioso —dijo Raúl, el dueño de la tienda.


—Sí, estoy seguro, no es importante para mí y necesito el dinero —respondió Sam, mientras recibía feliz el fajo de billetes que le tendió Raúl.


Sam sentía que se había quitado un peso de encima, pobre señor Raúl, ahora la maldición le caería a él, desechó esa idea sacudiendo la cabeza y riendo —Las maldiciones no existen —dijo para sí, metió una mano en el bolsillo, pero el dinero ya no estaba, lo había perdido, no podía creer en su mala suerte.


Sam se despertó con un sobresalto cuando escuchó el despertador, estiró el brazo para detenerlo, pero en lugar de sentir el plástico duro del despertador bajo sus dedos, sintió un metal frío y ovalado, su corazón le dió un vuelco. Se puso de pie de un salto y lo vio, el relicario estaba otra vez en la mesa de noche. Salió corriendo en dirección al río, seguro la manera de deshacerse de él era lanzándolo al agua, pero antes de hacerlo algo llamó su atención, una mujer mayor estaba recogiendo ramas al otro lado del río, Sam la reconoció, era la mujer del relicario, solo que ahora a su rostro lo surcaban decenas de arrugas, debían haber pasado al menos cuarenta años desde la foto. Ella sintió su mirada y lo miró, bajó la vista al relicario que tenía en las manos y sus ojos se abrieron tanto que en otro momento Sam lo habría encontrado gracioso, ella corrió y cuando se disponía a esconderse en una pequeña cabaña Sam la alcanzó y le cerró el paso.


—No me acerques ese relicario, por favor —sollozó la anciana, Sam se sintió culpable, desplazó su mano del bazo de la mujer a la mano de ella.


—No pretendo hacerte daño, solo quiero respuestas —dijo Sam con suavidad y la anciana sintió pena por él.


—El relicario ya no volvió a mí, me temo que ahora te pertenece y no puedes hacer nada para alejarlo, ya te habrás dado cuenta de que trae consigo una maldición, yo lo perdí todo, solo me quedó esta choza y el relicario.


—Pero no entiendo por qué tardaste tanto en deshacerte de él, ¿No se te había ocurrido antes? —le respondió Sam


—Yo no me deshice de él, nunca pude hacerlo. Lo intenté muchas veces, pero siempre volvía a aparecer. La única forma es que otra persona te lo quite y tú me lo robaste, pero descuida, no te guardo rencor, al contrario, estoy bastante agradecida. Lo lamento mucho por ti, pero yo ya sufrí bastante y además yo no te pedí que lo robaras —dijo la anciana, apretando suavemente la mano de Sam.


—Yo no lo robé, lo encontré en el río. Se le debió haber caído al ladrón. Pero entonces la maldición debió haberle caído a él y no a mi, cuando lo encontré tenía una foto de usted dentro —dijo Sam pensativo.


—Yo no puse mi foto adentro, mi foto apareció, supongo que la foto que tenga el relicario es a quien le pertenece, al ladrón no le pertenece porque no lo uso en su cuello ¿has abierto el relicario después de ponértelo?. —Sam sacó el relicario de su bolsillo mientras pensaba, no, no lo había vuelto a abrir. Se dispuso a abrir el relicario con manos temblorosas, su corazón se detuvo de la impresión, o al menos eso sintió él, en el lugar donde había estado la foto de la mujer estaba ahora una foto de él, una foto espeluznante porque nunca se la había tomado, pero ahí estaba, sonriéndole a su yo real.


—Lo siento, Cariño —dijo la anciana con tristeza en su mirada mientras le daba un suave apretón de manos.


-LilianaG




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