Fantasma vengador




Carol llegó a su apartamento después de un largo día de trabajo. En la editorial habían llegado varios manuscritos, y le pidieron que los revisara para determinar si estaban aptos para publicación. Ya había terminado uno y se puso en contacto con el escritor para hablar sobre algunas correcciones. Parecía un hombre agradable, aunque solo había escuchado su voz. Quedaron de verse en un restaurante para cenar. 
Sacó el manuscrito y se acostó para darle una segunda revisada y hacer algunas notas para la corrección, para hablar sobre ellas durante la cena. Se quedó dormida, pero no pasó mucho tiempo antes de despertarse sobresaltada, con un sudor frío recorriendo su cuerpo. Soñó que una mujer se acercaba a su rostro y sentía su aliento frío mientras decía unas palabras que no entendía. Encendió la luz; el sueño había sido tan real que le pareció sentir la respiración de aquella mujer.


Al día siguiente, llegó al restaurante donde había quedado con Damián Garza, el escritor. Ya estaba allí y ella caminó hacia él. Carol lo encontró atractivo. Damián se levantó al verla y le dio la mano para saludarla. Ella se sonrojó al ver cómo sus ojos claros la miraban, sintió que la atravesaban y que podía saber lo que estaba pensando. Trató de disimular, pero era obvio que le atrajo. 
Se sentaron, y mientras Carol decidía qué pedir, algo llamó su atención: una mujer pálida la miraba. A medida que se acercaba más, la atemorizaba. Miró alrededor y nadie parecía notar la presencia fantasmal que se aproximaba. Carol cerró los ojos; aunque le parecía extraño, pensó que podía ser producto del cansancio del trabajo. Cuando abrió los ojos, la mujer estaba detrás de Damián. Carol se levantó de un sobresalto, los clientes del restaurante la miraron sorprendidos, y Damián la observaba fijamente. Carol no sabía qué hacer; de repente, el miedo aumentó porque la mujer que estaba frente a ella era la misma de su sueño la noche anterior, que la había despertado asustada.

—Lo siento, tengo que irme. ¿Podemos conversar en otro momento? —preguntó Carol. 

Damián aceptó, al ver que ella estaba alterada.
Carol tomó su bolso y, al llegar a la puerta, la mujer estaba allí junto a ella.

—Es... míaaaa —dijo con voz débil.

Carol corrió a su automóvil, incapaz de creer lo que estaba sucediendo. ¿A qué se refería con «es mía»? Cerró la puerta del coche, y la mujer estaba enfrente de él. Carol cerró los ojos y puso en marcha el automóvil, conduciendo como si la policía la persiguiera. No supo cómo logró llegar a su apartamento sin tener un accidente o ser detenida.

****
Damián la llamó para saber cómo se sentía. Ella no le dijo la verdad por miedo a que pensara que estaba loca, además de no tener suficiente confianza para hacerlo. Se disculpó y le dijo que si quería, podían reunirse al día siguiente en su apartamento después que llegara del trabajo. No tenía ganas de salir y necesitaba terminar las correcciones para entregárselas a su jefe. Damián aceptó encantado.
Al día siguiente llegó al apartamento, traía una botella de vino y sushi para cenar. Los dos cenaron y conversaron animadamente. Revisaron el manuscrito y corrigieron las dudas que tenía Carol.

****
Al jefe de Carol le gustó el libro, así que Damián iba a menudo a la editorial. Con el tiempo, la amistad entre Carol y Damián creció. Él era caballeroso con ella, pero, a pesar de que todo marchaba bien entre ellos, la salud de Carol comenzó a preocupar a sus amigos, especialmente a Carlos Noguera, compañero de trabajo y mejor amigo. Carlos no aprobaba la nueva amistad de Carol y se sorprendió al enterarse de que se habían hecho novios. Él la amaba en silencio, pero disimuló y fingió mostrar alegría por la nueva pareja.

****
Carol seguía teniendo pesadillas, y la mujer que la atormentaba la seguía a donde fuera. Esta situación afectó su trabajo, deteriorando su desempeño laboral. Su jefe, al verla tan débil, le permitió trabajar desde casa, y Carlos se ofreció a ayudarle. Carol estaba agradecida por contar con su ayuda.
Una mañana, Carlos fue al apartamento de Carol y, desde una de las ventanas, vio a una mujer que lo miraba fijamente. Pensó que era alguien que visitaba a Carol. Al llegar al apartamento, miró a los lados.

—¿Y tu visitante? —preguntó Carlos.

—Estoy sola —dijo Carol.

—No hagas bromas, vi a una mujer que me miró desde la ventana de tu habitación —dijo Carlos.

—¡No puede ser! ¿También la viste? —preguntó Carol.

Él asintió, y ella se sintió lo suficientemente confiada para contarle lo que le estaba pasando desde hacía tiempo. Carlos no dudó de su historia; había visto a la misma mujer y era tal como ella la describió. Damián llegó al apartamento y se puso serio al ver a Carlos allí. Carlos entendió el disgusto de Damián, se despidió de Carol y se fue enseguida.
Carol se sentía más animada, ya que, gracias a Carlos, confirmó que no estaba loca y que la mujer no era una alucinación. Abrió su correo electrónico y tenía un mensaje de Laura, la encargada de transcribir el libro de Damián con las correcciones. Laura no sabía cómo se le habían perdido varias páginas del capítulo ocho del manuscrito y, al revisar el archivo, daba un error al abrirlo. Quería que Carol le pidiera a Damián que por favor enviara el archivo de nuevo.
Carol revisó el archivo en su bandeja de entrada y tampoco servía.

—Amor, ¿puedes enviarme de nuevo el archivo de tu libro? —dijo Carol a Damián.

Damián revisó su correo y se sorprendió al ver que también estaba dañado el archivo.

—No importa, a Laura le faltan algunas páginas del capítulo ocho, voy a pedirle el manuscrito para que puedas editarlo —dijo Carol.

—No puedo, no recuerdo qué sucede en ese capítulo —dijo Damián. Carol sonrió.

—¿Cómo no vas a saber qué sucede? Es tu historia. Yo la leí y sé que es sobre el descubrimiento que hizo el detective. Tú la escribiste y tuviste que leerla para editarla —dijo Carol.

—Es... míaaaa. —La mujer estaba detrás de Damián. Carol la vio y, a pesar del miedo que sentía, por fin comprendió.

—¿La historia no es tuya? La robaste a la mujer que me atormenta —dijo Carol.

—¡Estás loca! —dijo Damián.

—No, ella me ha seguido desde que te llamé para publicar tu libro. La veo, y en este momento está a tu lado —dijo Carol.

—¡CÁLLATE! —gritó Damián y empujó a Carol.

Ella se golpeó con la pared y perdió el conocimiento.

****
Carlos estaba en la editorial, preocupado porque la mujer que había visto en el apartamento de Carol le parecía conocida, pero no podía recordar dónde la había visto antes.

—¡No puede ser! —dijo para sí.

Buscó en su correo electrónico el nombre Araceli Montero y leyó el archivo; era igual al que estaba trabajando Carol, con la diferencia de que el autor era Damián. Carlos buscó en Internet el nombre de Araceli Montero y encontró varios artículos sobre ella. Algunos decían que estaba desaparecida. La investigación había concluido porque habían pruebas de que se había ido, aunque para los familiares seguían pensando que algo malo le había ocurrido porque ella nunca se iría sin decir a dónde.
Carlos llamó a Carol, pero no respondió. Algo le decía que Damián tenía que ver con la desaparición de Araceli. Se sobresaltó al verla allí; Araceli solo hacía señas con la mano para que lo siguiera. Carlos, sin saber qué hacer, escuchó lo que le dijo Araceli.

—Ayúdala, está en peligro —dijo Araceli.

Carlos entendió que se refería a Carol. Salió de la oficina y siguió a Araceli. Subió a su automóvil y condujo hacia el lugar al que Araceli lo llevó: una fábrica abandonada. Antes de bajarse, llamó a Iván Barrios, un amigo policía, y le dijo que Carol estaba allí secuestrada. No pudo explicar cómo sabía que estaba en ese lugar. Iván le pidió que se quedara afuera hasta que llegara, pero Carlos no hizo caso y entró a la fábrica. Vio a Damián, que estaba solo.

—¿Dónde está Carol? La policía ya viene hacia acá. Sé lo que le hiciste a Araceli: robaste su historia y la hiciste pasar como tuya. La mataste para quedarte con ella —dijo Carlos.

—Esa imbécil merecía lo que le pasó —dijo Damián.

—Vas a pagar —dijo Araceli, y tomó del cuello a Damián.

—¡Quitámela! —suplicó Damián.

Iván llegó en ese momento y se quedó sorprendido al ver a Damián aterrorizado. Mientras gritaba, Damián confesó haber matado a Araceli y a Carol. Carlos, al escuchar esto, casi cae al suelo; no podía creer lo que escuchaba. Araceli lo soltó y señaló un tanque de agua. Carlos corrió y encontró a Carol dentro, tomó su mano aún estaba tibia. Carlos llamó a Iván y le pidió que enviara una ambulancia inmediatamente. Se quedó junto a Carol hasta que la ambulancia llegó, la sacaron del tanque y fue trasladada al hospital.
Estuvo cinco días inconsciente, y Carlos no se apartó de su lado durante ese tiempo. Finalmente, Carol despertó y, aunque aún estaba débil, se recuperó con el apoyo de Carlos.
En la fábrica encontraron el cuerpo de Araceli. Damián fue arrestado y acusado de asesinato y por el secuestro e intento de asesinato de Carol. En la fábrica había suficiente evidencia para condenarlo. En la cárcel, Damián pasaba sus días gritando y exigiendo que sacaran a Araceli de su celda, mientras los otros presos se reían de su locura.
Carlos y Carol buscaron a la familia de Araceli y les entregaron el contrato de publicación de su libro, como una forma de darle paz a su espíritu.
****
Desde ese momento, Carol y Carlos permanecieron juntos, y entre ambos publicaron un libro basado en la historia que vivieron. Aunque para el público era una historia de ficción, ellos sabían que era una historia real de un fantasma que buscaba justicia.
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Relato | No me importas tanto



Cuando una relación se termina porque el amor se acabó es doloroso, pero puede resultar liberador, te quitas un peso de encima. ¿Pero qué pasa cuando se acaba solo el amor de tu pareja? Definitivamente no es liberador. Resulta frustrante y hasta deseas que sea obra de una mujer sin escrúpulos que te robó el amor de tu pareja, para así poder sentir rabia en lugar de todos los demás sentimientos que te abruman. Así me siento en este momento, no dejo de preguntarme qué pude haber hecho para que Daniel me dejara de amar, siento que soy la misma mujer que era hace tres años, cuando me pidió que fuera su novia. Me siento triste, insuficiente, frustrada y molesta con él. Le he enviado incontables mensajes pidiéndole que recapacite, lo sé, muchas personas dirían que me estoy humillando, pero son tres años de mi vida con él, son planes, sueños, historias que no merecen tener este final. 

Siento cierto placer en torturarme evocando recuerdos y escuchando canciones tristes mientras camino sola, bajo la luz de las farolas, por las calles que solíamos frecuentar Daniel y yo. Llegué al bulevar donde le dije que sí quería ser su novia y nos dimos nuestro primer beso, no podría ser más perfecto, hay heladerías, cafeterías y restaurantes con sus mesas y sillas afuera. Luces navideñas cuelgan de un establecimiento al otro formando un hermoso techo de luz que ilumina a las parejas y el suelo de adoquines mojados por la lluvia de hace unas horas, igual que el día del recuerdo en cuestión, me siento en el mismo banco para saborear mejor mi tristeza. 

—Gracias por aceptar salir conmigo, Miranda —dijo Daniel, con esa mirada que me mataba y me sigue matando. 

—Gracias a ti por invitarme —respondí yo, con más timidez en la voz de la que me habría gustado demostrar. 

—Desde que te conocí no dejo de pensar en ti —dijo él mientras tomaba mi cabeza con delicadeza para darme el beso más hermoso que alguna vez alguien me había dado, fue un beso mágico que marcó un antes y un después en mi vida. 

Me sequé las lágrimas y me puse de pie para continuar con mi camino, no tenía un rumbo fijo, solo me apetecía caminar y sentarme unos minutos en los lugares que me recordaran a Daniel, así fue como llegué a la orilla del río donde me dijo que me amaba por primera vez, fue exactamente un mes después de nuestro primer beso, celebrabamos nuestro primer mes juntos con un picnic en la orilla del río, yo preparé un pie de limón, gracias a la ayuda de un vídeo tutorial en Internet y él compró un vino tinto. Fue un dia perfecto, me cuesta recordar discusiones o malos ratos con él y me doy cuenta de que, al final, los buenos momentos duelen más que los malos. 

Me pongo de pie con dificultad porque el suelo está resbaloso debido a la lluvia, todo pasó muy rápido, estaba tratando de subir por el camino de regreso a la calle cuando me resbalé y caí rodando hasta el río, el día del picnic con Daniel no me habría pasado nada ya que el río estaba en calma, pero hoy el agua se desplazaba con violencia, arrastrando todo a su paso, todo lo contrario a mí, que me costaba moverme debido a la tristeza. El río me arrastró y yo poco pude hacer, luché con todas mis fuerzas, pero el choque con unas piedras me dejó sin conciencia y lo último que recuerdo es haber despertado en un hospital. En la habitación había otras tres camas, todas con personas mayores y solo una con alguien haciéndole compañía. 

El corazón casi se me salió del pecho cuando vi a Daniel de espaldas en la entrada de la habitación, me hice la dormida y lo vigile por el rabillo del ojo, lo reconocería en cualquier parte, su espalda ancha y fuerte al igual que sus brazos, su cabello castaño claro acariciando su cuello, podía sentir su olor desde ahí. Daniel estaba hablando con dos policías. 

—Creo que todo ha sido culpa mía —dijo él —. No la empuje ni nada, es solo que creo que lo hizo a propósito, hoy terminamos la relación y se ve que le afectó bastante —agregó rápidamente cuando notó que los policías malinterpretaban sus palabras. Yo me sentí ofendida, yo no terminé la relación, no debería decir "terminamos" si yo no estaba de acuerdo. 

Los policías se fueron y Daniel se sentó a mi lado, me tomó una mano y me costó seguir fingiendo que dormía, necesitaba asimilar lo que acababa de escuchar, él creía que yo había intentado suicidarme por él, me incomodaba que pensara eso, pero podría ser una oportunidad para mi, para demostrarle que fue un error dejarme, me podía dar tiempo para que se dé cuenta que sigo siendo la misma de la que se enamoró. 

Decidí fingir que él tenía razón, que la tristeza me venció y quise terminar rápido con mi dolor, está mal, lo sé, pero estaba desesperada por otra oportunidad. 

—Daniel —susurré al abrir los ojos y verlo a mi lado, me sorprendió que mi voz sonara tan débil. 

—Tranquila, mi amor, todo va a estar bien, solo tienes que descansar —dijo él con cariño, yo asentí y cerré los ojos, no tenía que fingir mi malestar, notaba varias partes de mi cuerpo vendadas, una de ellas era la cabeza y los analgésicos me tenían al borde del sueño. 

La recuperación fue rápida, me pusieron puntos en la cabeza, en una pierna y en el abdomen. Daniel volvió a vivir en mi apartamento y yo no podía estar más feliz, él se comportaba amable y atento como siempre, pensé con entusiasmo que seguro se había dado cuenta del error que había cometido al terminarme cuando todavía me amaba. 

Sonó el tono de mensaje del teléfono de Daniel repetidas veces y llamó mi atención, no pude aguantar la tentación de ver quién era y aproveché mientras él hablaba afuera con nuestro vecino de al lado. Encendí la pantalla, solo quería ver quién le había escrito, en la pantalla decía: "Sandra: Te odio, Daniel". Desbloquee el teléfono con las manos temblorosas y el corazón desbocado, abrí el mensaje y leí la conversación. 

"Daniel: Nena, no se como decirte esto, ni siquiera quiero tener que decirlo, pero tú mereces saber la verdad. Miranda se volvió loca y se intentó suicidar cuando la dejé. No puedo dejarla y que se suicide por mi culpa, tú sabes que no la quiero, pero mi conciencia no me permite desentenderme. Perdóname por favor, sabes que te amo y por eso quiero darte la libertad de encontrar a alguien que no tenga problemas de mostrarte al mundo. Te amo, Sandra". 

"Sandra: No me puedes hacer esto Daniel. Me prometiste que dejarías a esa zorra manipuladora, estoy cansada de esperar por ti y ahora me dejas así, solo porque te acabas de dar cuenta de que tu noviecita está loca". 

"Sandra: ¿Sabes qué? Quédate con la loca de tu novia, no me importa". 

"Sandra: Responde, Daniel. No puedes hacerme esto". 

"Sandra: Te odio, Daniel". 

Cuando terminé de leer los mensajes las lágrimas casi no me dejaban ver, me costaba asociar al Daniel de los mensajes con mi Daniel. ¿Desde cuándo me estaría engañando? Nunca descubrí algún indicio de infidelidad, pensaba que sería más fácil si me dejaba por otra mujer, pero el dolor es insoportable, me duele el corazón y tengo ganas de vomitar. 

—¿Qué pasa? —preguntó Daniel con cautela, entró sin que me diera cuenta y seguramente notó que lloraba por el temblor de mis hombros, yo me volteé, él confirmó que yo estaba llorando y reparó en su teléfono en mi mano, se puso nervioso. 

—No es lo que piensas. —Comenzó a decir pero yo lo interrumpí. 

—Shhh. No quiero escuchar una palabra más, pero solo déjame aclararte algo. Si, estaba devastada cuando me dejaste, pero nunca, escucha bien, nunca, me quitaría la vida por ti, no me importas tanto ¿entiendes? Así que te puedes ir con tu amante y cuidado, que ella sí parece estar loca. —Salí corriendo, negándome a escucharlo, por fin había comprendido su repentino desamor. 

Quisiera decir que me topé con un guapo multimillonario, que tuve éxito en el amor y fui feliz, pero no, sólo ha pasado una semana desde que descubrí el engaño de Daniel, pero no todo ha sido pérdida, descubrí algo esta semana, descubrí que no lo necesito, solo necesito a una persona para ser feliz y esa persona se llama Miranda. 




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Relato | Olvidame



Siento un dolor que me oprime el pecho, creo que literalmente se me está rompiendo el corazón. No puedo abrir el armario porque solo ver su ropa me deja sin respiración. Todos me dicen que lo superaré, como si ellos supieran lo que se siente, me dicen que llegará un momento en el que reiré y me sentiré feliz al recordarlo pero yo aún me despierto de un sobresalto cuando estiro la pierna para tocarlo y no lo siento y lloro, lloro toda la noche, hasta que ya no me quedan más lágrimas. No me atrevo a tocar nada en la casa para así dejarlo todo tal cual como él lo dejó, sus zapatos están en el mismo sitio donde se los quitó, igual que la ropa con la que salió ese día, todo está en el mismo lugar, excepto él. 

Me levanté a tomar café para que la cafeína me ayude a disipar mi dolor de cabeza, el día del velorio mi madre preparó café, debí haberle pedido que no utilizara la cafetera, Richard era el único y el último en usarla, cuando me di cuenta de que mi madre posiblemente había borrado sus últimos rastros rompí a llorar, pero no pude explicar exactamente la razón, aún en ese momento de caos sabía que sonaría ridícula. 

—Cuanto te extraño, Richard. El café no sabe igual si no lo preparas tú, nada sabe igual de hecho —dije en voz alta, pero no pude continuar porque se me quebró la voz y no quiero llorar, seguro viene mi madre y se preocupará si ve que lloré, solo han pasado quince días, pero todo el mundo espera que después de quince largos días ya estés bien. 

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Hasta con la nariz y los ojos rojos se ve hermosa

—Vivian, yo también te extraño —lo dije en voz alta, aunque sé que no me puede escuchar. La observo moverse por la cocina, no parece tener conciencia de lo que hace, solo va de un lado a otro con pasos lentos, casi puedo escuchar el ruido de sus pensamientos, sé que piensa en mí, yo también pienso en ella. 

Al principio no sabía que me había pasado, desperté y ya nadie podía verme, poco a poco fui recordando todo. Ese día fui a la oficina y cuando regresé a casa estaba de mal humor, pobre Vivian, si hubiera sabido que ese día iba a ser mi último día junto a ella todo habría sido distinto, pero no lo sabía. Prácticamente no le hablé desde que llegué y luego un doctor le dijo que me dio un infarto mientras dormía. 

Sigo a Vivian a nuestra habitación, todo está como lo dejé, cuando estaba vivo me irritaba su sentimentalismo y varias veces se lo hice saber, pero ahora me parece muy tierno de su parte. 

—No me olvides, Vivian —le susurré al oído, ella no mostró señas de haberme escuchado o sentido, deseo de verdad que no me olvide, yo siempre voy a estar aquí con ella aunque ella no me pueda ver ni escuchar. Vivian se acostó en posición fetal en su lado de la cama, mirando hacia mi lado, yo me acosté en mi lado de la cama y le acaricié el rostro. 

—Escuchame, Vivian, por favor no me —pero no pude continuar porque Vivian comenzó a llorar, todo su cuerpo se sacudía y sus lágrimas salían de sus ojos a raudales, y entonces lo comprendí —En algún momento nos encontraremos de nuevo, pero ese momento no ha llegado y espero que no llegue aún. Por ahora olvidame, Vivian. Te amo —le susurré, después le di un beso en los labios y me fui, va a estar mejor sin mí y eso es lo que deseo de verdad. 

-LilianaG


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Relato | Quiero que sientas



Sophie estaba en su cama, todavía se desternillaba de risa, su cerebro repetía las palabras que le había dicho hacía unos minutos: "Si tus sentimientos no me quieres mostrar, tu piel los ha de revelar", sin duda alguna era lo más gracioso que le había pasado en meses. Ella no solía burlarse de la gente, de hecho, ni siquiera delante de él mostró sus ganas de reír y aunque para ella era una señal de educación, para Roger era insensibilidad y falta de respeto. 

Sophie y Roger comenzaron a salir tres meses atrás, ella creía que les iba bien en la relación y aunque Roger le parecía un muchacho un poco extraño, a ella le gustaba eso, de él le llamó la atención su aire misterioso. Era gótico y ella vestía como gótica también porque pensaba que combinaba más con su personalidad. 

La madre de Sophie le enseñó a no demostrar nunca su tristeza, su disgusto o su alegría. Le enseñó que: si estaba triste sus enemigos se regocijarían con su sufrimiento, si demostraba molestia podía molestar todavía más a los demás o serviría para señalar sus puntos débiles y si se mostraba feliz las personas que la envidian arruinarían su felicidad. Puede sonar absurdo, pero si creces bajo esas enseñanzas te puedes volver en una persona en apariencia fría y sin sentimientos. Constantemente tenía dificultades por su forma de ser, por eso se refugió en la ropa negra, sabía que la gente justificaría su "frialdad" por ser de una tribu urbana y no la acusarían constantemente de tener problemas psicológicos, pero no siempre era así, no siempre se salvaba de críticas y de ser señalada.

Con Roger se sentía realmente feliz, pero, por supuesto, no lo demostraba, tampoco demostraba su amor, celos o tristeza y Roger interpretaba todo eso como falta de interés. La gota que derramó el vaso fue ese mismo día, quedaron después de clases para comer un helado y Roger le dió una noticia, Sophie sospechaba que solo quería provocarla. 

—Tengo algo que contarte —dijo Roger, continuó cuándo vio que ella le prestaba atención—. Samantha me ha estado escribiendo, quiere volver a verme, he estado pensando que podría aceptar, solo para ponernos al día. —Terminó de decir Roger, observando atentamente su expresión. Samantha era su ex, Sophie sabía que fue y tal vez seguía siendo el amor de su vida, sintió que el alma se le caía a los pies y a la vez muchas ganas de golpear a Samantha, quería gritarle que no, que él era su novio y ella solo su ex, un capítulo pasado de su vida, pero ella sabía que ser sincera solo traería problemas. 

—Que bueno, espero que la pasen bien los dos —dijo Sophie, tratando de no mostrar interés, pero casi pierde la compostura porque Roger golpeó la mesa y se levantó de un golpe de su silla obligándola a dar un respingo del susto. 

—¡Lo sabía! ¡Sabía que te iba a importar una mierda! —gritó Roger apuntándole con un dedo, Sophie estaba asustada y muy molesta, todos en la heladería dejaron sus conversaciones de lado para presenciar el espectáculo que estaba ofreciendo Roger, pero ni siquiera en ese momento lo pudo demostrar— ¿Sabes qué? Nos va a ir muy bien en nuestra cita ¿Sabes por qué? Porque ella no es una loca sin sentimientos como tú —espetó un Roger colérico que ella no conocía, por dentro ella estaba llorando, por fuera impasible. 

Roger se dió la vuelta para irse, pero cambió de idea y se encaró a ella y pensó un momento lo que iba a decir. 

—Si tus sentimientos no me quieres mostrar, tu piel los ha de revelar —dijo Roger con las palmas de las manos y los dedos apuntando hacia ella, como si le estuviera haciendo un hechizo y acto seguido salió de la heladería mientras todos lo demás clientes reían sin parar por lo que acababan de presenciar, ella también rió mucho, pero solo cuando llegó a su casa, bajo la seguridad de sus cuatro paredes y su techo, donde nadie la podría lastimar. 

La risa le dio paso al llanto, Sophie intuía que semejante ataque de risa solo podía ser por una profunda tristeza, tantos años y tanto dolor para aprender a no mostrar sus sentimientos ¿Para qué? Ahora su novio pensaba que no lo quería y que no tenía sentimientos y claro que los tenía, desgraciadamente los tenía. 

Sophie lloró hasta quedarse dormida, soñó con Roger, que una despampanante Samantha se lo arrebataba en la heladería llena de gente mientras todos se reían en su cara, Sophie empezaba a llorar y todos reían con más fuerza, entonces la Sophie de sus sueños dejó de llorar para enfrentarse a todos, les gritaba molesta y dejaron de reír para empezar a golpearla con el rostro desfigurado por la ira. Sophie despertó asustada, con el corazón latiendo con fuerza, los rayos del sol que se colaban por la cortina le hicieron saber que ya había amanecido. Se levantó y caminó pesadamente hasta el baño, le costaba ver porque aún tenía los ojos hinchados por haber llorado tanto, mientras se cepillaba los dientes algo llamó su atención en el espejo del lavamanos y levantó la cabeza, se atragantó con la crema dental que tenía en la boca y casi vomita, cada milímetro de su piel estaba teñido de azul marino, tenía que ser una broma, casi se desmaya cuando empezó a notar que su piel cambiaba de azul a verde. Tomó la esponja de la ducha y se restregó los brazos con fuerza con jabón, el corazón se le iba a salir del pecho, no solo la tinta no salía, parecía que el verde era el color natural de su piel, se extendía por toda su piel pero ningún vello ni sus uñas habían cambiado. 

—Te voy a matar —dijo Sophie al mismo tiempo que cambiaba a rojo. 

Sophie salió de su casa hecha una furia, más adelante se arrepintió de no haber pensado con más claridad, con toda la rabia no se le había ocurrido cubrirse la mayor cantidad de piel posible. 

Cuando Roger abrió la puerta no se esperaba encontrarse a Sophie ahí, mucho menos en esas condiciones. 

—¿Qué clase de broma es esta? Dime cómo diablos me quito esta tinta —preguntó Sophie calmada, pero por dentro llena de odio hacia Roger. 

—Tu piel es roja. 

—¿Y crees que no lo sé? Una cosa es tener la piel pintada de un solo color, la gente podría decir "oh, mira, alguien le hizo una broma a esa chica", ¡pero yo vengo todo el camino cambiando de color! ¡Parezco un estúpido semáforo! Dime que me echaste, entraste a mi casa mientras dormía y me rociaste con alguna tinta mágica, es eso ¿Verdad? —Roger negó con la cabeza. 

—No lo puedo creer, yo solo te quería asustar, pensé que el hechizo era una broma o algo. —Roger abrió los ojos como platos— ¡Estás cambiando a verde! —dijo mientras se llevaba las manos a la boca con asombro—. Oh, ya estás roja de nuevo. 

—Espera, ¿me estás diciendo que me lanzaste un hechizo de verdad? 

—No lo sabía, solo te quería asustar. Sophie, mírate, ni siquiera después de eso me demuestras lo que sientes, supongo que el rojo significa que estás molesta —dijo Roger, Sophie notó que estaba asustado—. Espera un momento. 

Roger volvió a salir al cabo de unos segundos con un suéter en la mano —Toma, póntelo, llamarás menos la atención. 

—Gracias, supongo —dijo Sophie y enseguida preguntó—. ¿A dónde vamos?

—A la biblioteca, manzanita. Oye, te pusiste amarilla, olvídalo estás roja de nuevo. 

Cuando llegaron a la biblioteca Roger la dirigió a una sección en el fondo y le hizo saber el color actual de su piel, era verde. 

—No sabía que hay libros de hechizos en la biblioteca pública —comentó Sophie con curiosidad. 

—Estás azu...—Comenzó a decir Roger, pero Sophie lo interrumpió. 

—¿Puedes parar? Por favor. 

—Lo siento, pensé que querrías saberlo y no sé si hay libros de hechizos en la biblioteca, el libro donde encontré el hechizo está escondido por aquí —dijo Roger encaramado en las repisas mientras tanteaba con la mano en lo alto del mueble—. Tiene que estar por aquí, vengo con Fred y John a leerlo de vez en cuando, no pensé que era real, lo hacíamos por diversión —dijo Roger, Sophie percibió vergüenza en su voz. 

—Descuida, sé que no lo habrías hecho si hubieras sabido que funcionaba, entiendo lo frustrante que debió ser para ti haber sido mi novio. 

—¡Lo tengo! Aquí está —dijo Roger agitando un pequeño libro por encima de su cabeza, Sophie se lo arrebató de la mano, estaba muy gastado, le faltaba la portada y algunas páginas, Roger se lo volvió a quitar de las manos y buscó entre las páginas. 

—Aquí está, si tus sentimientos no me quieres mostrar, tu piel los ha de revelar —dijo Roger señalando una página. 

—¿Qué más dice? ¿Cómo se deshace? —preguntó Sophie, dando saltitos para ver por encima de su hombro, la mirada de Roger se lo dijo todo, parecía que sus ojos le pedían perdón y ella sintió que todo se derrumbaba a su alrededor—. ¿Ahora que voy a hacer? Dudo que pueda tener una vida normal, tal vez si pido trabajo en un circo… 

—Es sencillo, tu piel cambia de color de acuerdo al sentimiento que estés experimentado, si los exteriorizas tal vez se rompa el hechizo. 

—Ok, me quedaré así entonces, gracias. 

—¿Es tan importante para ti parecer dura?

—Tú no lo entiendes, Roger. —Sophie salió corriendo de la biblioteca, atrayendo todas las miradas. 
 
Roger tuvo que pedirle el auto a su padre para buscar a Sophie, ya se había hecho de noche y la encontró de casualidad en el mirador de la ciudad. 

—Dime qué es lo que tengo que entender, Sophie —dijo Roger a la espalda de ella. 

Sophie no respondió y él se sentó a su lado. 

—Wow, es impresionante —dijo Roger cuando se dió cuenta de la vista que tenía en frente, desde allí se podía ver toda la ciudad iluminada en la noche. 

—Siempre vengo cuando necesito pensar, me relaja poder ver todo lejos, es como si dejara mis problemas allá mientras yo estoy aquí. Disculpa, es una tontería —dijo Sophie, hablaba suave, como en un susurro. 

—No es una tontería. 

—Venía siempre ¿sabes? Cuando tenía problemas con mi madre. Te mentí un poco, ella no me enseñó a ser como soy "por mi bien" como te dije, ella me odiaba Roger. Mi padre la abandonó cuando la embarazó, ella me culpaba a mi. Siempre estaba drogándose y su pasatiempo favorito era verme sufrir, si me veía feliz o me escuchaba reír me golpeaba porque no merecía la felicidad, si yo me molestaba me seguía golpeando, solo para demostrarme que ella era más fuerte y si me veía desdichada ella era feliz. Yo me obligue a no demostrar más mis sentimientos. Lo hace desde que nací, te podrás imaginar que después de tantos años ya soy toda una experta. 

—Oh, Sophie, lo siento tanto, perdóname por favor —dijo Roger dulcemente, secando las lágrimas que recorrían el rostro de Sophie—. Estás llorando, Sophie y ¡Mira tu piel!

Sophie sonrió tímidamente, no había sido tan difícil. Roger la abrazó con fuerza y la besó como nunca nadie la había besado. 

—Perdóname, por lo del hechizo. —Le pidió él. Sophie puso un dedo en sus labios. 

—Si no lo hubieras hecho nunca me habrías visto sonreír por ti. 

-LilianaG



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Relato | El Relicario



El agua no era muy profunda, Sam podía ver sus pies más blancos por el efecto del agua. Se sentó en una piedra en la orilla del río y trató de divisar algún pez, pero un destello dorado atrajo su atención. Se levantó con cuidado y se dirigió hacia él, apenas lo vio supo lo que era, un relicario, parecía de oro y muy antiguo. Sam lo sacó del agua y lo secó, esperaba que su contenido no estuviera mojado también. Lo abrió y sintió una punzada de decepción, no sabía lo que se esperaba, pero tal vez algo más emocionante. En su contenido estaba la foto de una mujer muy hermosa. Ese día llevaba unos pantalones cortos sin bolsillos, así que se guindó el relicario en el cuello. Ese día Sam no consiguió ningún pez.





Sam llegó a su casa apesadumbrado, imaginando conversaciones con su esposa y eligiendo la mejor manera de contarle que fracasó en la búsqueda de la cena, era una buena mujer, seguro lo entendería, pero a Sam no le gustaba decepcionar a Rocío.


—Por fin llegas —le espetó su mujer apenas puso un pie en el umbral, a Sam esto le sorprendió, no era tarde aún y ella no acostumbraba a tratarlo de esa manera.


—Disculpa, cariño, estuve tratando de pescar algo pero no vi ningún pez —dijo Sam sin saber si molestarse con su esposa por su actitud tan hostil o intentar calmarla, optó por lo segundo, le puso una mano en el hombro.


—¡Suéltame! No quiero que me vuelvas a tocar —le dijo Rocío mientras se iba hecha una furia a la habitación de ambos.


Tres días después Rocío lo abandonó, pensó que tendría un amante y quiso justificar su partida. Sam no quería pensar en el miedo que se extendía por toda su mente, trataba de acallarlo, pero cada vez era más difícil, la relación con su esposa no fue la única en romperse, sus amigos no respondieron más a sus llamadas y perdió su trabajo.


Una mañana a Sam se le ocurrió una idea que acabaría con dos problemas a la vez, su despido y su incapacidad de encontrar un nuevo trabajo lo estaban dejando sin sus ahorros, pronto no tendría ni para comer. Vendería el relicario, sabía que era una tontería, pero no dejaba de culparlo por sus desgracias, después de todo, al momento en el que se lo puso todo empezó a andar mal.


—¿Estás seguro de que lo quieres vender? Parece muy antiguo y valioso —dijo Raúl, el dueño de la tienda.


—Sí, estoy seguro, no es importante para mí y necesito el dinero —respondió Sam, mientras recibía feliz el fajo de billetes que le tendió Raúl.


Sam sentía que se había quitado un peso de encima, pobre señor Raúl, ahora la maldición le caería a él, desechó esa idea sacudiendo la cabeza y riendo —Las maldiciones no existen —dijo para sí, metió una mano en el bolsillo, pero el dinero ya no estaba, lo había perdido, no podía creer en su mala suerte.


Sam se despertó con un sobresalto cuando escuchó el despertador, estiró el brazo para detenerlo, pero en lugar de sentir el plástico duro del despertador bajo sus dedos, sintió un metal frío y ovalado, su corazón le dió un vuelco. Se puso de pie de un salto y lo vio, el relicario estaba otra vez en la mesa de noche. Salió corriendo en dirección al río, seguro la manera de deshacerse de él era lanzándolo al agua, pero antes de hacerlo algo llamó su atención, una mujer mayor estaba recogiendo ramas al otro lado del río, Sam la reconoció, era la mujer del relicario, solo que ahora a su rostro lo surcaban decenas de arrugas, debían haber pasado al menos cuarenta años desde la foto. Ella sintió su mirada y lo miró, bajó la vista al relicario que tenía en las manos y sus ojos se abrieron tanto que en otro momento Sam lo habría encontrado gracioso, ella corrió y cuando se disponía a esconderse en una pequeña cabaña Sam la alcanzó y le cerró el paso.


—No me acerques ese relicario, por favor —sollozó la anciana, Sam se sintió culpable, desplazó su mano del bazo de la mujer a la mano de ella.


—No pretendo hacerte daño, solo quiero respuestas —dijo Sam con suavidad y la anciana sintió pena por él.


—El relicario ya no volvió a mí, me temo que ahora te pertenece y no puedes hacer nada para alejarlo, ya te habrás dado cuenta de que trae consigo una maldición, yo lo perdí todo, solo me quedó esta choza y el relicario.


—Pero no entiendo por qué tardaste tanto en deshacerte de él, ¿No se te había ocurrido antes? —le respondió Sam


—Yo no me deshice de él, nunca pude hacerlo. Lo intenté muchas veces, pero siempre volvía a aparecer. La única forma es que otra persona te lo quite y tú me lo robaste, pero descuida, no te guardo rencor, al contrario, estoy bastante agradecida. Lo lamento mucho por ti, pero yo ya sufrí bastante y además yo no te pedí que lo robaras —dijo la anciana, apretando suavemente la mano de Sam.


—Yo no lo robé, lo encontré en el río. Se le debió haber caído al ladrón. Pero entonces la maldición debió haberle caído a él y no a mi, cuando lo encontré tenía una foto de usted dentro —dijo Sam pensativo.


—Yo no puse mi foto adentro, mi foto apareció, supongo que la foto que tenga el relicario es a quien le pertenece, al ladrón no le pertenece porque no lo uso en su cuello ¿has abierto el relicario después de ponértelo?. —Sam sacó el relicario de su bolsillo mientras pensaba, no, no lo había vuelto a abrir. Se dispuso a abrir el relicario con manos temblorosas, su corazón se detuvo de la impresión, o al menos eso sintió él, en el lugar donde había estado la foto de la mujer estaba ahora una foto de él, una foto espeluznante porque nunca se la había tomado, pero ahí estaba, sonriéndole a su yo real.


—Lo siento, Cariño —dijo la anciana con tristeza en su mirada mientras le daba un suave apretón de manos.


-LilianaG




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Relato | El roba madres




Beatriz estaba animada por lo bien que había salido la fiesta de su hija de tres años, a pesar de haber tenido tan poco tiempo para prepararla, ya que se habían mudado a la nueva casa apenas quince días. Se sentó y se quedó distraída mientras veía a sus sobrinos jugar en el castillo inflable que alquilaron para la ocasión. Beatriz los veía reír, pero no vio a Mia por ningún lado. Buscó a su hija con la mirada, pero no estaba en el jardín, así que decidió ir a buscarla. Se dirigió dentro de la casa y allí la vio, estaba de pie, sola, pero hablaba con alguien. Beatriz se acercó.

—¿Qué haces, cariño?

—Mami, Patty no quiere que vaya a jugar con mis primos.

—Dile que es solo por un rato, que cuando se vayan tus primos volverás a jugar con ella.

Beatriz, le dijo para seguirle el juego. Pero se quedó sorprendida al ver que Mia obedeció y le habló a Patty como si realmente estuviera frente a ella. Beatriz miraba atónita con la facilidad con que su hija hablaba a la nada.

****

Terminada la fiesta y cuando ya todos se habían marchado, Beatriz recogía y botaba en una bolsa de basura: platos, cubiertos plásticos, servilletas y papel de regalo. Erick, su esposo, llegó para ayudarla. Ya había dejado dormida a Mia en su cama.

—Estoy preocupada por Mia —dijo Beatriz a su esposo. 

—¿Por qué? ¿Qué tiene? —preguntó Erick.

Beatriz lo miró.

—Hoy la encontré hablando con alguien en la sala, pero estaba sola.

—Tranquila, todos los niños tienen un amigo imaginario.

—Yo no lo tuve. ¿Tú sí?

—No.

—Entonces no todos los niños tienen uno, como tú dices.

Beatriz, a pesar de que Erick trató de tranquilizarla, no pudo lograr quitarse de la mente la imagen de su hija hablando a la nada. Al terminar de limpiar se fueron a dormir.

A las tres de la mañana, Beatriz se despertó y se asustó al ver a Mia parada frente a ella, observándola.

—Cariño, ¿qué haces despierta? —preguntó Beatriz.

—Patty no me deja dormir, quiere que juguemos —dijo Mia mientras se restregaba un ojo.

—Ven, duerme aquí, pero solo por esta noche.

La niña subió a la cama y entre su padre y su madre se durmió plácidamente.

****

Los días pasaron y los problemas con Mia y su amiga imaginaria aumentaron. Beatriz ya no aguantaba. Su hija estaba fuera de control, se había vuelto mentirosa y hacía cosas que luego culpaba a Patty, como arrojar comida al piso, romper los juguetes y rayar las paredes. Llegó hasta desordenar la habitación lanzando todo por la ventana hacia el jardín. Cuando Beatriz la reprendió, Mia culpó a Patty. Le dijo a su madre que su amiga se molestó con ella porque no quiso hablarle cuando Patty le dijo que quería verla muerta. Y ella amaba mucho a su madre como para ser amiga de alguien que no la quisiera. Beatriz sintió miedo por la salud mental de su hija.

****

De noche, Beatriz sentía que Mia entraba a la habitación y tocaba su rostro. Al despertar, no estaba; así que se levantaba para ir a la habitación de la niña y cerciorarse de que estuviera bien y volverla a arropar, allí estaba, dormida plácidamente en su cama. Beatriz volvía a la cama segura de que Mia le tocaba el rostro, esa sensación no podía ser un sueño.

Los nervios de Beatriz iban en aumento, así que llamó a Rebeca, su mejor amiga, para desahogarse sobre los problemas que había tenido con Mia y su amiga imaginaria. Rebeca le sugirió que la llevara a un psicólogo infantil, pero que no se preocupara demasiado porque era normal en niños de esa edad. Después de colgar el teléfono, Beatriz buscó el número telefónico de un psicólogo, llamó y pidió una cita para llevar a Mia.

Beatriz se despertó temprano para adelantar algunas cosas en la casa antes de ir al consultorio del doctor. Erick ya se había marchado al trabajo, de repente Beatriz escuchó a su hija gritar, parecía discutir con alguien. Se dirigió a la sala.

—¡MIA, YA BASTA!

—Patty me está molestando, no quiere que me lleves al psicólogo.

—Por favor, Mia, no sigas... ¿Al psicólogo? ¿Cómo sabes eso?

—Patty me lo dijo.

Beatriz sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Algo estaba mal y no era su hija.

—Vamos a la casa de la abuela.

—Patty se va a molestar conmigo.

—No me importa, nos vamos.

—No, no, no me lleves, se va a molestar, ya está furiosa conmigo.

Mia comenzó a llorar. 

Beatriz de repente se quedó paralizada. Algo horrible comenzó a salir por la pared. Ella quería correr, pero no pudo; le fue imposible moverse. Mia vio con terror cómo Patty se llevó a su madre por la pared. Gritó tanto que le dolió la garganta.

****

Erick, al ver que sonaba su teléfono, se preocupó al ver el nombre de Alfredo, su vecino. Ellos habían intercambiado números por si había una emergencia. Cuando colgó, corrió hacia allá. Erick iba temblando porque Alfredo le dijo que había escuchado gritos en su casa y llamó a la policía. Le dijo que Mia se encontraba bien, eso lo tranquilizó, pero… ¿y Beatriz? No había mencionado nada de ella. Algo malo había pasado con su esposa porque, de lo contrario, le habría dicho que estaba bien.

Casi choca un par de veces por lo distraído y preocupado que estaba, sintiendo que su cabeza iba a estallar. Cuando llegó a su casa, la patrulla de policía seguía allí. No le permitieron entrar hasta hacerle unas preguntas.

—Papi, Patty se llevó a mami —dijo Mia.

La niña lo repetía constantemente. Erick estaba pálido. Cuando la policía le preguntó quién era Patty, él no supo qué decir. Le parecía una locura y temía que no le creyeran. Pero cuando otro policía le repitió la pregunta casi dándole una orden, no tuvo más opción que decir la verdad.

—Es la amiga imaginaria de mi hija —dijo Erick y los dos policías se vieron incrédulos.

****

Nadie supo qué le había sucedido a Beatriz. Erick fue el principal sospechoso de su desaparición, acusándosele de haber planeado todo junto con su cómplice llamada Patty. Sin embargo, no encontraron pruebas suficientes contra él ni sobre la supuesta Patty. Todos los amigos a los que se les pidió información dijeron que Erick sería incapaz de hacer algo malo a su esposa y, con la declaración de Mia y de Rebeca sobre la amiga imaginaria de Mia, la tal Patty sería una niña de más o menos seis años, tuvieron que dejarlo en libertad por falta de evidencias.

****
Beatriz estaba en un lugar oscuro, pero podía ver su casa, veía todo lo que sucedía, llamaba a Erick pidiendo ayuda, pero era inútil; él no podía escucharla. Veía con tristeza a su familia porque quería abrazarlos, pero era imposible hacerlo. Estaba allí sin poder decirles cuánto los amaba.

****

Con los días, Erick estaba demacrado. Ella se sintió triste porque sabía que le dolía su ausencia. Mia estaba retraída y no sonreía; había perdido a su madre y eso la marcaría para siempre. Eso le partió el corazón. En el lugar donde estaba Beatriz sabía que no era la única, porque podía sentir que otras mujeres lloraban y se lamentaban, llamando a sus hijos.

Un día, Beatriz vio con tristeza cómo Erick y Mia se mudaban de la casa. Ella lloró desconsolada, sintiéndose morir.

Los días pasaron y la casa permaneció sola por un tiempo, hasta que la puerta se abrió y entró una pareja. Beatriz vio cómo su captor, esa forma negra y horripilante, salía de la pared, pero mientras lo hacía, se convirtió en una hermosa niña.

—¿Cómo te llamas? —dijo una voz.

—Patty —respondió el monstruo.

—¡NOOOO! —gritó Beatriz al ver que hablaba con la hija de los nuevos habitantes de la casa.





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Relato | Propósitos de Año Nuevo


Carol se sentó en su sofá favorito con una taza grande llena del vino que tendría que haber utilizado para la cena navideña, a su lado, en un taburete alto que utilizaba como mesa para colocar el control del televisor y alguna que otra taza y vaso, estaba la lista con sus propósitos de año nuevo. En la lista figuraban metas intrascendentes, metas que cualquiera pondría en su lista de propósitos de año nuevo, cómo "hacer ejercicio" "comer más sano". Pero al final Carol había escrito "decir sí", sin duda este propósito extrañaría a más de uno, pero para ella era muy simple, ella estaba consciente de que nunca se comprometía de verdad, constantemente decía que no a cualquier propuesta aunque en realidad quisiera decir que sí y nunca terminaba nada, bueno, esto no era del todo cierto, siempre se acababa el vino y la comida. Carol pensó que admitir que no estaba bien era un gran paso, su tendencia a decir "no" se había convertido en un problema, había rechazado propuestas de trabajo que mejorarían su estilo de vida significativamente. La última vez fue la semana pasada, Carol lo pensó algunos segundos y lo rechazó, era una gran oportunidad, pero ¿y si la rechazaban? No merecía la pena perder tiempo en una entrevista de trabajo para que la rechazaran. 
Su teléfono móvil sonó, sacándola de su ensoñación, lo sacó del bolsillo de su pantalón y vio quién la llamaba, era Julián, Julián era como un sueño hecho realidad, era guapo, inteligente y atento y lo mejor de todo era que se interesaba por ella. Carol dejó el teléfono sonar, después le mandaría un mensaje disculpándose e inventaría alguna excusa, pero vio la lista de propósitos en la mesa, no podía rechazar su llamada, ese sería el primer paso para rechazar y decir que no una y otra vez este año nuevo. 

—¡Feliz año, Carol! —gritó Julián al teléfono, al fondo se escuchaba música, risas y conversaciones 
—Feliz año, Julián. ¿Cómo la estás pasando? Parece que muy bien. —Carol intentó sonar animada, pero no lo estaba, estaba triste y se sentía muy sola, rechazó todas las invitaciones a fiestas y ahora, sentada en su sofá sola, escuchando el ruido de las fiestas de sus vecinos mientras ella veía una película navideña con una taza de vino en la mano se daba cuenta del error que había cometido.
—Lo único que me falta eres tú, Carol, anda, ven a la fiesta conmigo, te puedo pasar buscando ya mismo si me dices que sí. —Carol pensó que tendría que vestirse decentemente, peinarse y maquillarse, no, no tenía ganas de eso
—Hoy no puedo, Julián, disculpa. 
—Oh, bueno, será otro día, adiós. —colgó antes de que Carol se despidiera, no lo podía culpar, seguro ya se estaba cansando, al igual que todos sus amigos, volvió a ver la lista y se odió, lo había vuelto a hacer, se puso de pie y tomó la lista de sus propósitos para acto seguido arrugarla hasta dejarla reducida a una bola. 

Buscó su chaqueta, revisó su reflejo en el espejo y se aplastó el cabello con las manos —allá voy, Julián —dijo Carol sonriéndole a su reflejo. 

-LilianaG

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